Sin ordenadores volveríamos a otra “era” médica

Doctor en Informática y Medicina, Victor Maojo es el primer español y uno de los pocos investigadores europeos que forma parte del “American College of Medical Informatics” (ACMI).

20.02.12

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Es catedrático del Departamento de Inteligencia Artificial de la Facultad de Informática, además de director del Grupo de Informática Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid. Junto con su grupo, Victor Maojo centra su actividad investigadora en el ámbito de la informática biomédica, en especial en temas como minería de textos y datos, imágenes biomédicas, aplicación de la nanoinformática en nanomedicina... Un trabajo cuyos resultados, junto con la formación adecuada, trata de transferir a zonas deprimidas a través de proyectos como Africa Build, que también coordina, pues “no es lo mismo donar tecnologías que conocimiento”, asegura.

Pregunta.- Su investigación está centrada en el campo de la informática médica. ¿En qué consiste?

Respuesta.- La informática médica (o biomédica, si incluimos temas biológicos) se centra en el manejo de información para la investigación biomédica y la asistencia sanitaria. El énfasis está en el manejo de datos, información y conocimiento biomédico, más que puros aspectos tecnológicos. Idealmente, toda la información médica del paciente podría estar disponible siempre que hiciese falta, desde el mismo momento de su nacimiento.

P.- ¿Qué aplicaciones prácticas tiene y hacia dónde se dirige su trabajo?

R.- Las aplicaciones son innumerables, tanto en investigación como en su aplicación clínica. Si pudiésemos ir 50 años atrás y ver una consulta médica, podríamos comprender cómo ha cambiado la asistencia sanitaria. Y detrás de toda la investigación y de las mejoras de la asistencia sanitaria está el uso de ordenadores. Como ejemplo, yo mismo tardé tres días enteros en hacer un trabajo de búsqueda bibliográfica médica, hace unos treinta años. Hoy haría eso mismo (y mejor), en pocos segundos. Sin ordenadores no se habría completado el proyecto genoma humano, ni podríamos obtener muchos nuevos fármacos, ni imágenes radiológicas avanzadas, ni sistemas diagnósticos, ni historias clínicas completas, etc. Damos ese avance como hecho, como disponer de antibióticos. Sin antibióticos, la expectativa de vida de las personas descendería súbitamente 20 o 30 años y, de la misma forma, sin ordenadores volveríamos a otra era médica muy diferente.

Dentro del enorme rango de aplicaciones, nuestro grupo trabaja actualmente en temas como minería de textos y datos, imágenes biomédicas, nanoinformática (su  aplicación en la nanomedicina, campo en el que el grupo ha liderado esta nueva área), ontologías biomédicas o integración de información clínica y genómica, entre otras.

P.- Inteligencia artificial, nuevo software, modelos matemáticos predictivos, son contribuciones de la informática para una asistencia médica cada vez de mayor calidad. ¿Qué retos identificaría como prioritarios para alcanzar en un horizonte relativamente cercano?

R.- Hay múltiples retos de investigación, como el desarrollo de nuevos métodos diagnósticos y de tratamiento (por ejemplo, con nanopartículas que ya están en fase de ensayos clínicos) o la medicina “traslacional” (la investigación de laboratorio que tiene efecto en la clínica, como toda la investigación genómica y la medicina personalizada). Desde un punto de vista más práctico, con efecto inmediato en el paciente, está la creación de una historia clínica electrónica única e integrada para cada persona, lo que requiere múltiples técnicas de integración semántica, interoperabilidad de sistemas, estándares y acuerdo entre empresas, organizaciones sanitarias y pacientes. Otro reto es la coordinación entre sistemas informáticos médicos diferentes, como los de las autonomías, que es un tema aún por resolver.

P.- Junto a disciplinas como la microelectrónica y las telecomunicaciones, la informática biomédica ha experimentado un rápido crecimiento hasta convertirse en decisiva para el desarrollo de la biomedicina y las ciencias de la salud. ¿Es fundamental no olvidar que ha de producirse en un contexto cada vez más social y humano?

R.- Se ha objetado frecuentemente que el ordenador sería un obstáculo entre el médico y el paciente, pero esto  no debería ser así. Al contrario. El médico usa al menos un 50% de su tiempo en manejar información. Si se le ayuda en este 50% y se le ahorra tiempo, podría estar más libre. Esta información puede venir, además, de sensores colocados en los pacientes y dispositivos ubicuos. A la vez, los pacientes acceden fácilmente a conocimiento médico avanzado, como nunca había pasado. Los casos de beneficio en este sentido son ya incontables. Por otra parte, esa socialización puede llevar a efectos perniciosos, si cada paciente comenta, por ejemplo, una consulta con un médico, como si fuese su impresión de un hotel o un restaurante (lo que ya ocurre, para bien o mal). En este caso, las redes sociales y su uso en medicina tendrán efectos a corto plazo de todo tipo pero a lo largo plazo creo más en su beneficio.

P.- Así ocurre, salvando las dificultades económicas, en los países desarrollados. Usted, que también enfoca su labor hacia la cooperación, a través de proyectos como “Africa Build” del que es coordinador,  ¿cómo dibujaría la situación y la perspectiva de futuro en zonas deprimidas?

R.- Las zonas deprimidas de África, por ejemplo, muestran varias situaciones. Por una parte, tienen acceso a tecnologías similares a las que puede haber en el mundo occidental (que llega en muchas ocasiones a través de donaciones y que con frecuencia  no saben utilizar), pero no es lo mismo donar tecnologías que conocimiento. Este último es mucho más complicado de transferir, y esa es nuestra meta en el proyecto Africa Build. Nosotros coordinamos la acción de la Comisión Europea (en la que participan, en Europa, otros socios como la OMS, la Universidad de Ginebra y el Instituto de Medicina Tropical belga) para facilitar la creación de centros de excelencia a través, sobre todo,  de la transferencia de conocimientos. Con los fondos recibidos ellos pueden adquirir equipamientos y contratar personal, y nosotros les proporcionamos formación en informática médica y desarrollamos programas piloto de educación en VIH y salud reproductiva con el uso de las tecnologías de la información. Desde un punto de vista estratégico y económico, su importancia es enorme. La prueba es que China es ya un importante inversor en África, y también en el desarrollo científico en el continente. En este caso, la imaginación es fundamental para paliar la falta de recursos. Por ejemplo, un miembro de nuestro grupo llevó a cabo un experimento bioinformático avanzado con un ordenador portátil de gama media en un poblado de Burundi, accediendo a través de una tarjeta telefónica a Magerit, nuestro superordenador de la UPM. El uso de cloud computing, tablets y smartphones puede revolucionar el acceso a información desde África porque la telefonía móvil está muy extendida y su precio es moderado.

P.- En su ámbito, como en otros, el futuro de la investigación se perfila cada vez con mayor participación multidisciplinar. ¿Cuáles son las claves para el futuro?

R.- En España hay numerosos investigadores multidisciplinares que han surgido prácticamente de la nada, ya que no había programas ni grupos interdisciplinares previos. En este sentido, la clave para el futuro es la formación. Desde otro punto de vista, el investigador interdisciplinar es un profesional muy bien considerado, en general, pero aún sufre muchas trabas burocráticas. Las plazas de profesorado tienen perfiles clásicos, generalmente. Y los temas interdisciplinares, se ven a veces como ajenos a las áreas tradicionales. En el Fondo de Investigación Sanitaria, por ejemplo, durante años se han valorado las publicaciones de ingeniería  menos que las médicas. El último director del programa, el Dr. Joaquín Arenas, cambió esta norma que se había aplicado numerosas veces. El futuro (y hablo de España) requiere una estabilidad, pero no sólo financiera, sino de personas y objetivos. Cada pocos años cambian todos los responsables, las líneas prioritarias y las normativas. En los Estados Unidos, la National Library of Medicine (NLM)  ha revolucionado la investigación biomédica mundial, dando acceso libre a la mayoría de sus fuentes. Su director, Don Lindberg, un informático médico, tiene más de 70 años y lleva 27 años en el puesto. Esa continuidad, inimaginable aquí, por desgracia, tiene un efecto potenciador en la confianza de los investigadores acerca de la estabilidad de los planes de investigación y educación. En informática médica, la NLM ha apoyado financieramente la formación de miles de especialistas desde el año 1970, sin interrupción.

P.- Precisamente, Ingeniería y Medicina se han convertido en uno de los binomios más perfectos en la actividad investigadora actual. ¿Es difícil armonizar esta relación?

R.- Sí, por una simple razón: los ingenieros y los médicos razonan de distinta manera. Por eso, los informáticos médicos actúan como puentes o enlaces entre ingenieros y médicos. En ese sentido, la formación interdisciplinar es imprescindible. La UPM ha sido pionera al lanzar el Grado de Ingeniería Biomédica (con una especialidad en Informática Biomédica), que ha tenido un éxito extraordinario en su inicio, atrayendo a estudiantes del mayor nivel —y también en biotecnología—. En este caso, la labor de Paco del Pozo, otro catedrático de la UPM e impulsor primero de este grado, ha sido decisiva al saber agrupar a Escuelas de la UPM, tradicionalmente separadas y reacias a colaborar en grados universitarios.

P.- ¿Es consciente la sociedad de todo este esfuerzo? ¿Se explican suficientemente los avances conseguidos?

R.- Todavía no. Ser científico en España no está suficientemente valorado, y gran parte de la culpa es nuestra, de los propios universitarios, como ya decía Ramón y Cajal. Me atrevo a adivinar que si preguntásemos en una encuesta popular quién es el científico español más conocido,  seguramente el ganador sería Eduardo Punset —economista y un magnífico divulgador, por otra parte. En otros países, científicos de primera fila como Sagan, Penrose o Hawking han hecho grandes esfuerzos en la divulgación. Lamentablemente, es posible que esto sea también un reflejo de la sociedad. Ahora no hay casi programas de ciencia (como de libros o música) en televisión —y me temo que no los vería casi nadie. Si uno acude a una de las tiendas de libros de la cadena de centros comerciales más conocida de España, se encontrará uno o dos estantes de libros de ciencia y cuatro o cinco bajo el título de “ciencias esotéricas”. ¡Cualquiera puede comprobarlo!

P.- Además de profesor e investigador de la Universidad Politécnica de Madrid ha estado ocasionalmente vinculado a otras prestigiosas instituciones como Georgia Tech o Harvard-MIT ¿Cuál es el balance de estas experiencias?

R.- Yo no sólo recomiendo ir a otras universidades (yo he estado en siete, de forma estable y muchas más puntualmente), sino que en nuestro grupo hemos apoyado, casi sin fondos, desde 1995, que nuestros doctorandos tuviesen estancias (diez, en total) en otros centros americanos (Harvard-MIT, Georgia Tech, Utah, Rutgers y en 2012, el National Cancer Institute). Quién sólo ha visto una cosa piensa que es la mejor del mundo. En este sentido, proporcionalmente a los medios de los que disponemos, muchos grupos españoles consiguen resultados comparables a otros de centros de primeros fila, situados ese famoso Top 100 de universidades donde parece que no conseguimos entrar. Pero para entrar en ese Top 100, no basta con tener los mejores profesores. También es necesario tener los mejores estudiantes, secretarias, gestores, bibliotecarios, técnicos de todo tipo, etc. Todos, sin excepción, deben colaborar. Aparte de eso, obviamente, una diferencia fundamental es el dinero. Cualquier proyecto de investigación obtiene entre 5 y 10 veces más fondos de lo que solemos obtener aquí para hacer objetivos similares. Casi todos los laboratorios y edificios tienen la placa de algún mecenas. Aún así, pese a ese enorme hándicap, es posible competir en muchas ocasiones. Otras cuestiones, también fundamentales, como la organización y eficiencia, tendrían mejor solución; pero, como decía antes, es imposible que existan universidades de primera fila en una sociedad que no tenga una clara cultura científica, comenzando por los políticos mismos.

P.- Recientemente ha sido admitido en la prestigiosa organización americana ACMI, con una representación europea muy seleccionada y, por tanto, reducida. ¿Cuál será su papel en ella?

R.- ACMI es la academia americana de informática médica. Como tal, sirve de referente a la investigación y a las agencias públicas y privadas americanas. Mi objetivo es favorecer el intercambio más activo entre los EE UU y Europa. De hecho, mi último artículo, ahora en prensa, trata de la falta de colaboración e intercambios entre estas dos regiones geográficas. Esto lleva a que haya poca participación conjunta en artículos y proyectos (yo he trabajado diez años con uno de los pioneros de la informática médica, Casimir Kulikowski, pero somos casi una excepción) y que exista a veces duplicación de proyectos, con los mismos objetivos y métodos en un lado y otro. Esto, en un mundo globalizado (y más en la investigación, donde la originalidad es fundamental), no tiene justificación posible. En el caso de Africa Build, una de nuestras principales metas es aumentar las colaboraciones entre los EE.UU. y Europa, porque hay numerosos programas pero escasa colaboración. La sinergia en estos casos puede ser enorme.

P.- Por cierto, desde esta asociación se destaca el valor de los profesionales de la informática en posiciones claves en la investigación y  salud para el futuro, a corto plazo ¿Se aprecia así por los estudiantes? ¿Hay interés por formarse para el ejercicio profesional y para la investigación especializada?

R.- Los americanos saben que la única forma de convencer a la sociedad es de forma activa. Por eso, tratan de ejercer su influencia, científicamente, en el gobierno, empresas, universidades u hospitales. No creo que aquí sea muy distinto, aunque allí es más sistemático, transparente y obvio, porque existe una cultura, a ese nivel, de valoración del esfuerzo y méritos. Y los estudiantes, en cualquier país, tienen ilusión por formarse y desarrollar sus carreras, incluso en circunstancias complicadas como las presentes. Pese a todo esto, los estudiantes ven en la Informática Biomédica —como en casi todas las áreas de la Biomedicina— más que un simple área de trabajo, conscientes de las posibilidades que tiene el área para la sociedad. Todos los doctorandos que hemos enviado a Estados Unidos tuvieron allí excelentes resultados y varios de ellos están trabajando en el extranjero —en centros como el CERN u otros tecnológicos alemanes. Por eso,  el futuro sigue siendo esperanzador. Particularmente en la informática médica, porque con no demasiados cambios el efecto sería inmediato ya que el potencial de los investigadores es muy grande. Incluso en circunstancias económicas tan inciertas como las presentes.