Con su experiencia personal, Sandra Díaz González, ingeniera agrónoma por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM); anima a otras jóvenes a estudiar ingeniería.
Siempre me habían interesado las ciencias de la salud, quizás porque mis padres se dedican a ello. No obstante, poco a poco me di cuenta de que no tenía la vocación que requiere ese tipo de profesiones, algo que al final me pasaría factura.
Cuando estudiaba segundo de bachillerato, una estudiante de la Universidad Politécnica de Madrid vino al colegio a presentarnos la oferta de grados que ofrecía la Universidad. No puse mucho interés al principio, sinceramente, pues nunca se me había pasado por la cabeza estudiar una ingeniería. Sin embargo, algo me llamó la atención en un momento de la presentación: cuando citaron a las “ingenierías verdes”. Lo cierto es que, hasta entonces, nunca había oído hablar de la ingeniería agronómica. En mi mundo era un concepto desconocido. Cuando llegué a casa, recurrí a internet para buscar información sobre el plan de estudios y las competencias profesionales de los ingenieros agrónomos. Me sorprendió la variedad de campos del conocimiento que abarca y la estrecha relación entre la ingeniería y las ciencias biológicas. Desde ese momento, se despejaron todas las dudas que tanto me venían “atormentando” desde hacía un tiempo.
Hoy, después de seis años, un grado en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos y casi dos Másteres, no me arrepiento de la decisión que tomé. Aunque el camino sea duro, realmente merece la pena el esfuerzo.
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