'Incendios forestales en España, ¿hacia dónde vamos?'

Más allá de lo que todos sabemos, que cada verano se producen numerosos incendios forestales en España, este artículo ofrece algunas claves para entender cuál será la situación de los próximos años en nuestro país.

13.07.15


Por ROSA PLANELLES


Hablar de incendios forestales, en general, es difícil. El tema es complejo y en él intervienen muchos factores. En su ocurrencia, factores que podríamos llamar de existencia, necesarios para que el fuego sea posible: combustible, fuente de calor y oxígeno; en su origen, factores causales (alguien —95% de los casos— o algo —rayos— tiene que iniciar el fuego); y en su desarrollo, factores de propagación, favorecida o limitada por la meteorología, la topografía y los combustibles (modelos de combustible).

Los incendios podrán entonces ser más o menos severos, de mayor o menor intensidad y tamaño, dependiendo de los factores citados y de los medios que se destinen a su extinción. Porque en España seguimos la política de acudir a extinguir todos los incendios que se producen, algo que no ocurre en otros países.

En este escenario, cuatro son las palabras clave que podrían agrupar todas las materias de la defensa contra incendios forestales: investigación de causas, prevención, extinción y restauración. Y, de forma transversal, otras dos las complementan: la investigación científica y la formación. Y teniendo en cuenta que hablar de incendios no es solo hablar de “apagar incendios,” nos podemos plantear: ¿hacia dónde vamos?

Y antes de imaginar el futuro, miremos al pasado. ¿De dónde venimos? Desde que el hombre descubrió el fuego, empezó a utilizarlo para modificar sus condiciones de vida (calentarse, cocinar, luchar…) y alterar su entorno (manejo de vegetación y fauna). Pero no se comienzan a establecer limitaciones al empleo del fuego hasta que se constituye un poder político que regula y ordena su uso. En España, la Ley de Montes 43/2003, de 21 de noviembre, define “incendio forestal” como “el fuego que se extiende sin control sobre combustibles forestales situados en el monte; entendiendo por monte todo terreno en el que vegetan especies forestales arbóreas, arbustivas, de matorral o herbáceas, sea espontáneamente o procedan de siembra o plantación, que cumplan o puedan cumplir funciones ambientales, protectoras, productoras, culturales, paisajísticas o recreativas”.

Y en los últimos años, ¿cuál es la situación de los incendios forestales en España? Según los datos oficiales publicados por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama) del último decenio 2004-2013, el número medio de siniestros que se produjo al año en nuestro país fue de aproximadamente 15.600, que afectaron a una superficie forestal media de 117.000 hectáreas (40.000 de ellas arboladas). Se ofrecen los valores medios de períodos de diez años, ya que al ser este un fenómeno muy ligado a la meteorología, las cifras de un año en particular pueden desvirtuar la realidad, tanto si se trata de unas condiciones especialmente adversas (sobre todo de periodos de sequía prolongada y vientos fuertes) como si, por el contrario, la meteorología no hubiera sido tan desfavorable. En este último caso, un buen año puede ofrecer una visión demasiado optimista (por ejemplo, el año 2014 tuvo un 37% menos de incendios y una reducción de la superficie forestal afectada del 58% respecto a los valores medios del decenio inmediatamente anterior). Por eso, hay que abrir el foco y hablar de tendencias.

El pasado mes de marzo se ha conmemorado el 60º aniversario del inicio de la defensa organizada contra incendios forestales en España, una trayectoria consolidada que se traduce en resultados concretos. Nuestros dispositivos de extinción buscan la intervención rápida (despacho automático generalizado) y, según recogen las estadísticas oficiales, han llegado a niveles de eficacia tales que casi el 70% de los siniestros se quedan en conatos (superficie inferior a 1 hectárea), con tiempos de llegada de los medios inferiores a 30 minutos en más del 70% de los casos. Pero ¿qué pasa con el resto de los incendios? Estamos ante lo que se conoce como paradoja de la extinción: cuanta más eficiencia se alcanza en la extinción de los incendios, más se favorecen los incendios de difícil extinción.

Los incendios a los que no se accede a tiempo o que superan la capacidad de extinción y llegan a afectar una superficie superior a 500 ha, se consideran grandes incendios forestales (GIF), y estos incendios, siendo un 0,2% del total de los ocurridos (valores medios del decenio), queman en torno al 40% de la superficie, con unos costes económicos muy elevados. Pese a que habría mucho que hablar sobre la composición de los operativos terrestres en la actualidad (condiciones laborales, reconocimiento de categorías profesionales, formación, reducción de efectivos por la crisis…), si consideramos el número de medios aéreos que participan en la extinción de incendios como indicador de la “capacidad extintora”, se constata que en los últimos 10 años el número de aeronaves operativas en campaña se mantiene prácticamente constante (en torno a 255), con un potencial de extinción más o menos estabilizado (500.000 litros de agua).

Es opinión compartida por gran número de técnicos expertos que aumentar este número no tendría un efecto en la reducción de las superficies afectadas. Incluso hay quienes plantean que, en cuanto a medios aéreos, estamos por encima de lo que nuestro territorio necesita, lo que se constata si comparamos estas cifras con los medios aéreos dedicados a los incendios forestales en otros países, como EE UU.

Entonces, ¿cuál es la tendencia previsible para los próximos años? Respecto de la vegetación, la evolución de las áreas rurales y forestales está marcada por el abandono de la actividad agrícola (concentrada solo en las zonas más fértiles) y forestal (abandono de los usos tradicionales), provocado por los cambios en la distribución de la población y su relación con el territorio y el paisaje. Una ordenación territorial que
no considera el riesgo de incendios y, en general, una falta de gestión forestal están motivando el aumento de la superficie forestal y una importante acumulación de combustible (elevada carga y continuidad). Además, la expansión de áreas urbanas que se integran en el monte (interfaz urbano forestal) está añadiendo complejidad al fenómeno de los incendios forestales.

¿Y respecto al clima, gran condicionante del fenómeno? Parece haber consenso en que tendemos hacia escenarios de cambio global, que derivarán en episodios climáticos adversos cada vez más frecuentes: periodos de sequía extrema más largos, con probables incrementos de temperatura (se habla de hasta 6 grados centígrados en verano y 4 en invierno) y un posible descenso de las precipitaciones en nuestras latitudes, pese a que en esto último no hay un consenso general.

Por tanto, los GIF (en torno a 25 o 30 incendios se convierten anualmente en grandes incendios) son uno de los principales retos hoy y en el futuro, pues su tendencia, aunque en número es decreciente, sí aumenta al analizar el porcentaje de superficie afectada respecto al total. Es decir, los GIF tienden a ser menos, pero relativamente cada vez más grandes. A esto hay que añadir dos variables más, la simultaneidad y la afección a zonas de interfaz urbano forestal ya comentada.

Y cabe entonces plantearse: ¿tiene sentido intentar parar estos grandes incendios enviando más medios? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta su peligrosidad (la seguridad de los combatientes es prioritaria), su elevado coste y los resultados, en general, poco efectivos cuando se supera la capacidad de extinción (son fuegos que mantienen velocidades de propagación con valores superiores a los 2 kilómetros por hora de forma sostenida, con actividad de fuego de copas, importante emisión de focos secundarios y longitudes de llama e intensidades por encima de la capacidad de extinción de los operativos).

En este sentido, los técnicos dedicados a la gestión de la defensa contra incendios en las Comunidades Autónomas (las competentes en la materia) hablan de pre-extinción y planificación previa a la ocurrencia de los incendios, a partir del concepto de incendio tipo. Se trata de, bajo una situación meteorológica concreta y en base a los incendios históricos ocurridos en una zona bajo esas condiciones meteorológicas, identificar el patrón de propagación y el comportamiento del incendio. Esto permite planificar actuaciones de gestión del paisaje en puntos críticos (selvicultura orientada a la extinción) e, incorporando también el estudio de las propias experiencias operativas en extinción y una planificación diaria en función del riesgo, fijar de antemano unas estrategias de ataque predefinidas buscando las mejores oportunidades de extinción.

En cualquier caso, en la vida profesional de un director de extinción o de un gestor de la defensa contra incendios puede ser difícil (según el territorio) que se presenten muchas oportunidades de trabajar en GIF, y siendo este un fenómeno que según lo expuesto va a seguir produciéndose y en el que, como en muchos otros, la experiencia aporta muchos avances, compartir el aprendizaje entre los técnicos de todas las administraciones implicadas es en este caso especialmente valioso.

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Rosa Planelles, doctora ingeniera de montes, es profesora de Incendios Forestales del Grado de Ingeniería Forestal que se imparte en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Montes, Forestal y del Medio Natural de la Universidad Politécnica de Madrid.


Artículo publicado originariamente en el número 31 de la ‘Revista UPM’.