“Si eliminásemos los ordenadores hoy en día, volveríamos a una auténtica “edad de piedra tecnológica” en la medicina”

Entrevistamos a Víctor Maojo, catedrático de la ETSI Informáticos y experto en tecnologías de la información aplicadas en el ámbito médico, tras haber sido nombrado miembro de la Real Academia Nacional de Medicina.

04.04.2022

Víctor Maojo, catedrático de la ETSI Informáticos y experto en tecnologías de la información aplicadas en el ámbito médico, ha sido nombrado recientemente miembro de la Real Academia Nacional de Medicina.  En esta entrevista, reflexiona acerca del modo en que la aplicación de las tecnologías de la información al ámbito médico ha cambiado la sanidad y la forma de abordar el tratamiento del paciente. 

Pregunta: ¿Cómo recibe la noticia de su elección como miembro de la Real Academia de Medicina? ¿Cuál será su papel en esta institución?

Respuesta: Primero, con agradecimiento a los académicos que me han elegido y, después, con gran ilusión. Creo que tiene también un doble significado, ya que no es solamente un reconocimiento personal, sino que creo que es también la visión que hay de áreas como la biomatemática, la informática médica y la inteligencia artificial, dentro de una institución como la RANME, cuyas raíces tienen casi tres siglos. La relación de estas áreas con la medicina no es nueva ya que todas ellas tienen más de 50 años de aplicación, pero es ahora  (y lo digo después de haber estado yo mismo en ellas casi cuarenta años) cuando la sociedad, y el mundo médico y sanitario español en particular, son conscientes de que su influencia en la medicina es ya sustancial e irreversible. En este contexto me gustaría, con el resto de los académicos, aportar mis experiencias y planificar conferencias, iniciativas para formación o proyectos de investigación.

“Gran parte de lo que el médico puede hacer por el paciente hoy en día
tiene, en un algún punto de su actuación, relación con la informática”

P.- Es doctor en Informática y Medicina, dos disciplinas muy diferentes pero que, cada vez más, están relacionadas. ¿Cómo está cambiando la informática y las TIC en general la medicina y la forma de tratar a los pacientes?

R.- Si eliminásemos los ordenadores hoy en día, volveríamos a una auténtica “edad de piedra tecnológica” en la medicina, unos cincuenta años atrás en muchos temas. No es ninguna exageración, porque lo he podido ver en diversas zonas de África en las que trabajé dirigiendo un proyecto europeo con la OMS hace unos 10 años. La práctica médica de hoy puede parecer similar, en apariencia superficial, a la que había hace 40 años, pero los cambios subyacentes han sido drásticos. Hay multitud de tecnologías y de sistemas que sirven de soporte a los médicos en todas las áreas científicas. De hecho, no podríamos mencionar ningún área científica en la que no sea posible hacer y predecir avances fundamentales gracias a la informática y la inteligencia artificial en particular. Gestión, laboratorios, bibliotecas médicas, investigación, emergencias, monitorización en UCIs, sistemas móviles, ayudas a la decisión clínica, imágenes médicas, genómica, etc. En los centros en que toda esta información está disponible para los médicos (no siempre es así), la asistencia al paciente ha cambiado radicalmente.

Mi madre falleció hace 25 años de cáncer. En aquel tiempo era muchas veces una tarea intuitiva del médico, o incluso de ensayo y error, elegir un tratamiento para un paciente oncológico. Eso ha cambiado ya radicalmente con el conocimiento y herramientas informáticas de las que disponemos. El COVID ha demostrado también la necesidad de mejorar los sistemas de epidemiología y salud pública, pero sin estas tecnologías habría sido imposible crear vacunas tan rápidamente, o comprender en pocos meses, con todos los datos disponibles, qué actuación realizar con cada paciente.
A pesar de eso, la situación de un ordenador, físicamente entre el paciente y el médico en una consulta, es todavía complicada para muchos profesionales y enfermos. El paciente puede pensar que el médico dedica más atención al ordenador, y el médico está preocupado de lo que aparece en la pantalla y no confundirse; pero gran parte de lo que el médico puede hacer por el paciente hoy en día tiene, en un algún punto de su actuación, relación con la informática.

La informática tiene en su base -la misma palabra lo dice- el concepto “información”. El 70% del tiempo del médico clínico, al menos, se concentra en el manejo de información. Recuerdo cuando estudiaba medicina, alrededor de 1980, cómo los estudiantes nos asombramos ante un médico adjunto que recordó al momento cinco o seis referencias bibliográficas detalladas cuando un compañero le hizo una pregunta concreta. Hoy tal escena no tiene casi sentido. La cantidad de información a la que puede acceder cualquier médico hoy a través de su móvil, tablet u ordenador, en el momento, es gigantesca, incomparable con la mejor memoria humana.

P.- Cuando se piensa en medicina e informática siempre se asocia a buscar tratamientos personalizados. ¿Estamos cada vez más cerca de una medicina “a la carta” gracias a la fusión de estas dos disciplinas?

R.- Desde un punto de vista científico la medicina personalizada es posible en algunas enfermedades, y no es algo nuevo. Lo llevamos anticipando 30 años, al menos, cuando yo escuché esa idea por primera vez, cuando se comenzaba el Proyecto Genoma Humano. En Harvard compartía despacho con un informático que se fue al MIT a trabajar en los inicios de ese gigantesco proyecto, y lo comentamos varias veces.

Lógicamente la medicina personalizada implica también una serie de medios tecnológicos y un coste que no es posible en todos los lugares y con todas las personas, pero la tecnología existe.
Una idea recurrente desde que yo estoy en este campo es que las tecnologías de la información permitirán disminuir la variabilidad de la asistencia médica, mejorar la calidad sanitaria y disminuir los costes. Las dos primeras ya las estamos consiguiendo. La tercera aún no es posible (y es una barrera fundamental para la extensión de esa “medicina a la carta”) pero puede ser factible en un futuro. El caso de los tratamientos oncológicos que mencionaba antes es un ejemplo de la medicina personalizada (hoy llamada “medicina de precisión”) actual.

“El COVID ha demostrado que el manejo de la información
de salud pública, de todos los países, no era el idóneo”

P.- Disciplinas de estudio  como la biotecnología, o la biomedicina cada vez son más demandadas por los estudiantes. ¿Cuál cree que son actualmente los principales retos a los que se enfrentan estos sectores de actividad?

R.- Las tecnologías biomédicas principales pueden dividirse en cuatro áreas principales según algunas clasificaciones. La biotecnología, la ingeniería biomédica, la informática médica y la bioinformática. Todas ellas son abordadas, con diferente intensidad, en la UPM. Dentro de las cuatro hay multitud de áreas también. Los principales retos son por una parte científicos, por otra sanitarios, y por último en la gestión.

En la primera podemos ver como, por ejemplo, que para la revista Science el principal logro científico del año 2021 ha sido la posibilidad de la predicción de la estructura 3D de las proteínas con sistemas de Inteligencia Artificial. De la misma forma, el manejo masivo de datos y conocimientos llevará a logros comparables en los próximos años, lo que mejorará sustancialmente la práctica clínica. Por el contrario, el COVID ha demostrado que el manejo de la información de salud pública, de todos los países, no era el idóneo. La tecnología para un mejor manejo, sin embargo, sí existía. Colegas de mi grupo trabajan con una empresa americana para el manejo de datos de 400 millones de pacientes para selección de pacientes para ensayos clínicos.

Los retos que se plantean con tales gigantescas bases de datos son enormes, tanto en la investigación como en cuestiones éticas -cómo debemos manejar la privacidad de esos datos de forma correcta- pero los resultados pueden ser trascendentales en la asistencia sanitaria.

P.- Parece claro que la fusión de tecnología y medicina es cada vez más imprescindible pero esa realidad aún es muy lejana en países con menos recursos y posibilidades económicas. Usted ha enfocado algunos de sus proyectos hacia la cooperación y conoce de primera mano esa realidad. ¿Cuál cree que es la perspectiva de futuro para esos países? ¿Cuál debería ser el papel del mundo más desarrollado en este sentido?

R.- Cuando uno trabaja en aquellos países piensa primero en las enormes ventajas y suerte que tenemos al vivir en otros países diferentes, algo de lo que no nos damos cuenta. Las estadísticas de mortalidad infantil y general en muchos lugares de África, por ejemplo, son terribles. Estas circunstancias son muy diferentes en cada lugar y dependen de las relaciones internacionales, la corrupción que existe en algunos países, y las diferencias económicas brutales; pero las nuevas tecnologías favorecen el acceso a la información y la cooperación entre profesionales separados físicamente (incluso en continentes distintos).

En muchos de estos países hay pocos médicos, hospitales insuficientes, dificultad en acceso a tecnologías y tratamientos caros o no disponibles, pero muchos de sus habitantes tienen buenos teléfonos móviles, con los que podrían acceder a información médica de múltiples tipos. Los sistemas de inteligencia artificial pueden ser fundamentales para facilitar consejo médico automatizado en numerosas patologías, a través de teléfonos móviles, en esos contextos.

Nosotros estamos investigando ahora mismo este tema para un conjunto de patologías, y hay miles de empresas e investigadores desarrollando “apps” de todo tipo para uso médico. Estos sistemas pueden mejorar sustancialmente la práctica médica en estos países, pero existe también el riesgo de que se pongan en el mercado sistemas que no han sido evaluados correctamente. Tuve la suerte hace bastantes años de trabajar con varios de los pioneros de la inteligencia artificial en medicina, que crearon sistemas que supusieron un avance tecnológico enorme, pero que su uso clínico no tuvo éxito. Esas lecciones aprendidas son hoy casi desconocidas por muchos investigadores jóvenes (¡e incluso grandes empresas!), lo cual supone un riesgo evidente para su posible repetición. Los países desarrollados no solo deben asegurar que estos sistemas se construyan, sino que sean accesibles y sean evaluados correctamente.

P.- Su experiencia en ambos campos demuestra la importancia de la transversalidad a la hora de abordar los retos que se presentan en la sociedad actual. ¿Cree que esa transversalidad o esa capacidad para actuar en diferentes campos a la vez deberá ser una condición diferencial en los ingenieros del futuro? ¿Qué papel pueden y/o deben jugar las universidades en este sentido? ¿Se fomenta esa transversalidad en la formación que reciben los estudiantes en la actualidad?

R.- En mis clases cuento a los alumnos como la medicina es probablemente el área de mayor difícil aplicación de la informática y de la inteligencia artificial. Hay varias causas, y los estudiantes descubren sus retos a través de ejemplos clásicos. Para resolver dudas de los alumnos invité a una de estas clases a uno de los pioneros americanos de la Inteligencia Artificial, de los años 70, miembro de la US National Academy of Medicine, el catedrático Casimir Kulikowski, que contestó las dudas de los alumnos sobre los sistemas que él había construido, ¡desde su despacho en una universidad de New Jersey! Sistemas como Zoom o Teams no solo han permitido impartir docencia a distancia durante el COVID, sino el contacto con profesionales -y los mayores expertos- del pasado y presente.

Si un sistema informático o un sistema de codificación no funcionan en un banco, se cambian por otros y ya está. Incluso se puede cambiar la estructura del propio banco; pero en la naturaleza, o con un paciente, no podemos hacer eso. Hay una labor de descubrimiento y una incertidumbre inherente a la información médica, con la que los ingenieros tienen que trabajar.

Aún no conocemos las causas de muchas enfermedades. En ese sentido los estudios de ingeniería en España facilitan esa transversalidad, incluso con nuevas titulaciones cada poco tiempo, y la posibilidad de prácticas e intercambios entre diversos grupos de muy diferentes perfiles. En los estudios de medicina esa versatilidad tecnológica es aún difícil. En los Estados Unidos muchos médicos titulados han estudiado antes matemáticas, física, o ingenierías, debido a los requisitos de sus títulos.  En España todavía existe una formación tecnológica insuficiente o inadecuada en buena parte de las facultades de medicina.

La informática médica no puede ser una asignatura aislada -incluso una “María” donde se estudie Word o Excel-, sino un conocimiento teórico y práctico que complemente lo que el estudiante aprende y practica en todas las áreas de la medicina y todas las asignaturas de la carrera, sin excepción. Esa idea holística, de la información, en sentido tecnológico, que subyace a toda la medicina, no ha calado todavía y me gustaría que en mi labor en la RANME pudiésemos avanzar en ella, aunque lógicamente esos cambios no son fáciles.

P.- ¿Qué consejo le daría a un estudiante que quisiera empezar a estudiar una disciplina biotecnológica en estos momentos? ¿Qué capacidades o cualidades debería tener y con qué retos se encontrará?

R.- La primera, obvia, es tener una nota alta en selectividad, ya que es requisito previo en todas las universidades. Puede haber un estudiante con capacidad para ser un gran informático o ingeniero biomédico, pero esa nota puede impedirle estudiar la carrera que quiere. Nuestros dos premios Nobel científicos, Ramón y Cajal y Severo Ochoa, seguramente no habrían podido entrar hoy en día con sus notas previas (y yo se lo escuché a Ochoa personalmente).

Aparte de eso, la formación de un ingeniero y de un médico, por ejemplo, ha sido y es tradicionalmente distinta. Aún hoy, sin una buena capacidad memorística no se puede ser médico, y sin una buena capacidad de solución de problemas no se puede ser ingeniero. Un trabajo interdisciplinar implica entonces poder superar y combinar estas diferencias cognitivas, lo que no es fácil y suele llevar un tiempo. La gran ventaja es que esas personas con formación interdisciplinar tienen una gran capacidad de comprender ambas perspectivas, médica y tecnológica, y cómo razonan los profesionales de ellas, lo que no pueden tener los educados únicamente en cada área específica. Esa labor de intermediarios, de “brokers” entre ambas áreas, es fundamental en el futuro de la medicina y de la ingeniería aplicada a la medicina.

Cada vez más hospitales y empresas se darán cuenta del papel fundamental de estos profesionales interdisciplinares, sin los cuales el fracaso de numerosos proyectos es casi seguro. Cuando yo llegué a la UPM en 1986 había muy pocos profesores interesados en la investigación en medicina. Hoy tenemos la iniciativa UPM HealthTech, con unos 80 grupos de investigación que abarcan numerosas áreas de las tecnologías biomédicas. Las posibilidades de interacciones activas con hospitales son inmensas.

“La formación de los ingenieros en España es criticada (…) pero la realidad es que los titulados y doctorandos que van a trabajar a los EE.UU. y la UE son muy apreciados”

P.- Usted ha sido profesor invitado y consultor en importantes universidades extranjeras como el MIT o Georgia Tech. ¿Tenemos mucho que envidiar las universidades españolas a las de otros países o tendemos a minusvalorar la formación que reciben nuestros estudiantes?

R.- La principal diferencia, obvia, es la financiación. Un colega mío de la Academia Americana de Informática Médica es el director de un nuevo programa de doctorado en San Francisco, que arranca con una financiación inicial de 150 millones de dólares. Algo así es inimaginable en España.

Dejando de lado esa cuestión, la formación de los ingenieros en España es criticada en ocasiones desde el mundo empresarial nacional, pero la realidad es que los titulados y doctorandos que van a trabajar a los EE.UU. y la UE son muy apreciados. Lo mismo en medicina. Si pudiésemos hacer un ranking de las universidades del mundo en relación a la financiación que reciben para investigación, estoy convencido que varias universidades españolas estarían en el Top 100 o incluso alguna en el Top 20. Con frecuencia se cita a algún profesor del MIT y el número impresionante de patentes y publicaciones que tiene, pero lo que no se dice es que ese profesor es en realidad el director de un equipo de cien personas, que incluye “project managers”, abogados, secretarias, otros profesores, estudiantes, etc. Este profesor está así libre de mucha burocracia, lo que sigue siendo aún la pesadilla de muchos profesores en España, algo que se complica cada vez más desde las administraciones; pero no me gustaría dar una visión negativa.

Creo que unas cuantas universidades españolas (y lógicamente, sus profesores y estudiantes) están en una posición excelente y en un considerable (incluso alto) nivel mundial, en muchas áreas científicas. Al final conseguir premios Nobel requiere una financiación muy superior, en general, pero esa es otra historia.